Así recordaba María del Pilar

 

Así recordaba María del Pilar al Derecho de Nacer

 

María del Pilar, era una muchacha, que sabía jugar palito en boca y desayunarse con una cariseca y una colada de maicena de la fabrica de harina tres castillas, sus cachetes permanecían sonrosados por los coloretes que se aplicaba, eran unos polvos que escondía en el piamigo de la esquina, donde estaba instalado el tinajero, que hacía juego con el aguamanil, que había traído su tío de Panamá, cuando fue a trabajar al canal de esta ciudad. Ella mantenía sus cabellos bien peinados con la glostora que le aplicaba su tía Matilde, esa tía que tenía el único radio del barrio, marca Telefunken, donde todas las noches a las siete, acudía casi toda la comunidad a escuchar la novela “El derecho de Nacer”. Sí, esa historia, que tantas veces hizo que se agotaran las velas de la tienda de la niña Teresa, para pedirle a la Candelaria, que no permitiera que se muriera el abuelo del niño Albertico, sin antes decir la verdad, también debes recordar como sufríamos cuando en el barrio se iba la luz, quedábamos sin energía eléctrica, entonces cogíamos un bus o salíamos corriendo al barrio vecino, para preguntar como había terminado el capítulo, no se te debe olvidar que los intermedios de la novela, los aprovechábamos para tomarnos un kiss o una Col Cana, que algunas veces se podía pagar con la tapa.. Después, María del Pilar, en combinación se acostaba en su cama de viento y se ponía a pensar en las miradas ensoñadoras de Abertico Limonta, ella en su pensamiento lo vestía con camisaco de sal y pimienta , zapatos de capricho y leontina, peinado con brillantina moroline y perfumado con agua de alhucema , ahondaba en su ensueño y se convertía en la esposa de Albertico, en su ensoñación, preparaba los más sabrosos platos, tales como . higadete con arroz de coco y bistec de hígado con tajadas verdes, otro día una posta negra con arroz de frijolito cabecita negra con tajadas amarillas o plátano en tentación. Aquellos sueños se hacían más vibrantes, cuando se aproximaban las siete de la noche, porque a las seis de la tarde, ya ella estaba lista con su traje de etamina de flores rojas, entallado a su cintura y recogido cuatro dedos sobre sus rodillas al estilo María Victoria, esa cantante mexicana que algunas veces interpretó sus canciones con el jefe Daniel Santos o con Bienvenido Granda. Volvía a reinar la tensión para no perderse un suspiro de los actores del Derecho de Nacer. Nos cuenta la señora Rosa , que, fue tanta la emoción y el estado de angustia que vivieron en la comunidad del sector y en los barrios de Cartagena, que se agotó el oro de la ciudad y hubo que solicitar el trabajo de los orfebres de Mompox, las señoras se comprometieron llevar a la virgen de la Candelaria, corazoncitos de oro , para que les hiciera el milagro de permitirle al abuelo de Albertico, vivir lo suficiente, y dar a conocer el verdadero origen de Albertico, como su nieto, tampoco fue extraño la romería de gente caminando de rodilla por el milagro que se le realizó a la nana de Albertico, María Dolores.

En el espacio de tiempo en que se estaba realizando la novela, es decir de siete a ocho de la noche, todas las obligaciones quedaban paralizadas, se olvidaban de las píldoras del doctor Ros, tomarse el mejoral para calmarse el dolor de mal de ojo, la toma de toronjil para no darle leche mala al niño que estaban criando, ponerse el parche de caraña en la sien para curarse el pondo del dedo grande del pie izquierdo, acudir a la cita del novio que estaba en la esquina o contestar con una mirada el piropo de un enamorado. Todo se olvidaba, hasta los últimos apodos de Arturo El Loco y las miradas de niño bobalicón de Tunda en la calles de Cartagena, era un momento que no se cambiaba ni por un fresco de leche de los que vendían en el mercado o por los helados del polito. Todo era por El Derecho de Nacer de Félix B Gaignet

 

Después de un tiempo, en que toda la vitalidad de los niños se concentraba en la toma de Cola granulada y la horchata de ajonjolí, Se volvieron las miradas al único radio del barrio, se concentraban los oídos para escuchar a:

Kadir, El Árabe, el audaz, altivo aventurero de los mares, subyuga con el fuego de su mirada y el embrujo de sus palabras. Kadir, El Árabe. Los hombres temían a la fuerza de su espada vengadora y las mujeres se rendían, ante la fuerza sublime de su amor. Nos invadía un silencio, donde cesaba el grito para darle libertad al que había quedado detenido en el poste de la esquina de la señoras Josefa. No valían las hazañas del Llanero Solitario ni los gritos desgarradores de Tarzán, Sólo era Kadir con trote de su alazán surcando el viento en la búsqueda de su amada

 

 

 

Juan V Gutierrez

 


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