SEPELIO EN EL PUERTO

Esa tarde después de la lluvia, sentada en su balcón del pequeño puerto fluvial. María Ignacia Mondragón esposa de Don Juan Manuel Barrero, ambos descendientes de nobles familias españolas; observaba las calles prácticamente desiertas, solo se veía el vapor que se levantaba del pavimento frío, cuando el sol salía de nuevo.

Desde su balcón la aristocrática Sra divisaba el muelle, con sus canoas y pescadores, cuando en las tardes regresaban después de su cotidiana jornada de pesca. En el muelle las mujeres con estridentes senos y voluminosos glúteos, con vistosas pañoletas multicolores; esperaban el pescado fresco para prepararlo en apetitosos platos típicos de la región.

Despertó de madrugada Doña María Ignacia, cuando repicó el teléfono, su esposo después de contestar, se vistió con su pantalón de paño ingles negro y camisa blanca almidonada. Algún negocio irá hacer dijo María Ignacia.

Al poco tiempo timbró de nuevo el teléfono, era Doña Feliciana Botero su amiga y compañera de oración en el grupo de adoratrízes del Santísimo, con voz entre cortada le dió la infausta noticia, en el puerto la noche anterior habían matado a Laureano Mosquera, hijo de Josefa Mosquera una negra palenquera, nieta de esclavos.

María Ignacia conocía a Laureano y a Josefa; dijo a Feliciana por eso a Juan Manuel lo llamaron en la madrugada. Feliciana la invitó al sepelio a lo cual María Ignacia de inmediato se negó.

Como de costumbre en las tardes María Ignacia se sentó en su colonial balcón; esa tarde era diferente a las demás, parecía de viernes Santo, todas las damas de negro vestidas le generaban al lugar un sepulcral silencio, donde siempre abundaba el estridente ruido de las vitrolas, que animaban las fiestas porteñas.

Por la calle Real, empedrada y de hermosos balcones, empezaba el cortejo fúnebre, encabezado por todos los pescadores con sus blancas camisas y sus zapatos de charol negro.

Luego el féretro con el cadaver de Laureano halado por dos alzanes caballos de la funeraria Blanquiset.

Detrás del cortejo Don Juan Manuel y la negra Josefa vestida toda de negro, guantes y manto negro Español, sobre el busto un clavel blanco.

Doña María Ignacia, impávida no se movió del balcón, hasta que vió pasar todo el cortejo.

Luego del sepelio, Don Juan Manuel, cabisbajo llegó a su casa y se sentó en la silla mecedora, hasta bien entrada la noche.

Laureano fué el fruto del romance; de Don Juan Manuel y Josefa la negra palenquera, llegada al puerto hacia más de veinte años, como cocinera del circo de los hermanos Gaona.

En ese entonces Don Juan Manuel era novio de Doña María Ignacia; después de muchos ires y venires consiguió el permiso para llevar su hermosa novia al circo.

Justamente esa tarde Juan Manuel conoció a Josefa en la función vespertina, fué tal el impacto que después de llevar a Doña María Ignacia a la casa, regreso al circo para la función nocturna.

Pasó raudo por las jaulas de tigres y leones, hasta llegar a la cocina del circo. Josefa fritaba patacones y chorizos los cuales servia con arroz con coco. Don Juan Manuel le solicitó un plato, pero su pedido fué negado ya que la comida era unicamente para el personal circense.

Don Juan Manuel personalmente y ante la mirada incrédula de Josefa se sirvió su plato, diciendo a la encantadora cocinera, si como eres para la sazón, eres para el amor, en mi tendrás tú enamorado. Josefa sonrió timidamente.

A los ocho días era la función de despedida. Don Juan Manuel entró a la rustica cocina y le ofreció trabajo a Josefa en el restaurante del embarcadero fluvial. Josefa no lo dudo un instante y se quedó en el puerto.

A los pocos días y después de una extenuante jornada de trabajo, Josefa se acostó semidesnuda debido al intenso calor. Depronto se abrió la puerta y apareció Don Juan Manuel, con más de un trago entre pecho y espalda, con botella de Wisky en mano se sentó en la cama de Josefa y le ofreció un trago diciendole; sabes Josefa mañana me caso, vine a pasar mi última noche de soltero al calor de tus besos y caricias.

Entre trago y trago apareció la pasión, fundiendo los dos cuerpos en uno solo. A las 5.30 AM , el sacristán que lo había visto entrar, tocó la puerta y Don Juan Manuel aún en calzoncillos; le dijo que pasa ?, Sr le recuerdo que en misa de seis esta programado su matrimonio. Claro como fué que lo olvidé, se vistió rapidamente y fué donde el sastre para vestirse ahí mismo para la ceremonia.

La negra Josefa no cabía de la dicha, de haber tenido entre sus sábanas a tan apasionado Sr , se vistió lo mejor que pudo y se dirigió al templo.

Después de la luna de miel, por las tierras del sur, regresaron al puerto. Juan Manuel vio progresar día a día su empresa de pescadores, pero a su matrimonio jamás llegaron los deseados hijos, situación que lo fué acercando más a Josefa, máxime que a los pocos meses de la boda Josefa le anunció su embarazo; noticia que corrió por todo el pueblo.

Doña María Ignacia sabedora de las andanzas de su marido, decidió vivir sin reclamar nada por los amoríos de su esposo.

Al morir Laureano, le fué entregado a Josefa el hijo de este con una joven bailarina de cabaret que ante la muerte de Laureano no dudó en abandonarlo.

Eran las tres de la tarde cuando Josefa tocó la puerta de la elegante casona, con su nieto en brazos, al abrir la puerta María Ignacia, Josefa le entregó el niño diciendole; este es el nieto de Juan Manuel. Uds tienen conque criarlo y yo no, dejando el niño envuelto en deshilachados pañales.

Al llegar Juan Manuel escuchó el llanto del niño, extrañado pregunto Que pasa?. María Ignacia respondió, es tú nieto, producto de tú última noche de soltero con la negra palenquera.

Juan Manuel en silencio se dirigió al cuarto del niño, lo tomo en sus brazos, lo besó y dijo a María Ignacia, como este niño es mi nieto y supongo que no lo quieres tener aquí, entonces yo salgo junto con él,

Que poco me conoces contesto María Ignacia ; yo no he dicho que el niño no pueda vivir aca, aquí se queda el niño y entre los dos le brindaremos, el cariño y el amor que la madre y la abuela le negaron.

Juan Manuel tiernamente con el niño en los brazos, beso a su esposa,

María Ignacia escogió el nombre de Juan Manuel para el niño y como madrina a su amiga Feliciana Botero.

 

 

Luis Eduardo Restrepo Morales.

Septiembre 05 2005.

 

 


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